Cuarenta años en el mundo de los grandes vinos
“El clima de las laderas del Etna es sencillamente único en Sicilia. Las elevadas altitudes dedicadas a los viñedos, que comienzan a 400 metros sobre el nivel del mar y llegan a superar los 1.000 metros (una variabilidad única en el mundo entre los vinos D.O.C.) se caracterizan por oscilaciones térmicas entre el día y la noche que en verano registran hasta 30 grados. Con diferencias microclimáticas extremas. Igualmente extraordinarias son las diferencias pedológicas que ofrecen los suelos volcánicos formados y reformados por sucesivas coladas de lava a lo largo de los milenios de vida del volcán, cada colada una realidad mineral por derecho propio. Suelos de matriz compleja que a menudo afloran en vetas de naturaleza muy diferente a pocos centenares de metros unas de otras. Multiplíquelo por las colinas del Etna D.O.C., que abarcan una semicircunferencia de unos 120 kilómetros cuadrados, con exposiciones que van de todo el sur a todo el norte. Añádase al cuadro edafoclimático una pluviosidad media de 6 a 10 veces superior a la norma siciliana, una parte importante de la cual suele coincidir con el período de vendimia, que es también mucho más tardío que cualquier otro en Sicilia (y de los más tardíos de Europa). A la luz de todo esto, quizá la yuxtaposición con Borgoña -conocida con razón en todo el mundo por su infinita diversidad de suelos y su voluble clima- resulte más comprensible y aceptable. Pero donde la analogía es aún más fascinante es en el carácter de los vinos. En realidad no estoy hablando de una similitud de gustos. En lugar de un cierto sentimiento, bebiéndolos, de pertenencia común, de parentesco cercano. Una agilidad común y espontánea que pertenece a ambos, como si fueran telas tejidas por la misma mano. Como si los mismos dedos, afilados y diestros, tejieran la tierra y la piedra y luego nos acariciaran con las infinitas variaciones cromáticas y sensoriales resultantes”.
Marco de Grazia
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